Es curioso cómo el dicho que reza "nadie es profeta en su tierra" se hace más que evidente en el cine de género hecho en España. Y es aún más sangrante, si cabe, con el cine fantástico o, usando el término que se acuñó en la propia piel de toro, fantaterror.
Nombres como Paul Naschy o Jesús Franco (Jess Frank, entre otros seudónimos) son, desde hace muchos años, figuras de un culto internacional que no para de crecer.
Personajes tan poliédricos como Narciso (Chicho) Ibáñez Serrador comienzan ahora a recibir un merecido homenaje en la tierra en la que desarrollaron su carrera.
Pero, entre toda la maraña que compone el género fantaterrorífico patrio (muy abundante desde 1970 hasta 1975, con ejemplos reseñables antes y después de esas fechas), hay que destacar la figura de Amando de Ossorio, un gallego que se especializó en el género fantástico (aunque también realizó otro tipo de filmes). Él siempre conoció sus limitaciones como cineasta (bastante evidentes en sus películas, por otra parte), siendo bastante humilde (este aspecto es menos habitual) cuando hablaba sobre sus creaciones. Hay que señalar que no tenía ningún tipo de formación cinematográfica, siendo un autodidacta (era periodista de profesión y llegó a trabajar en RNE). Sin embargo, por su formación pictórica, encontramos algunos aspectos interesantes.
Dentro de su obra fantástica, destaca, por encima de todas, la saga que dedicó a los monjes templarios, una tetralogía que comprende los siguientes títulos, en orden cronológico, realizados entre 1971 y 1975:
- La noche del terror ciego.
- El ataque de los muertos sin ojos.
- El buque maldito.
- La noche de las gaviotas.
Semejante saga no se había visto nunca antes por estas tierras y, merece una revisión crítica y una edición en condiciones. Es triste para mí contemplar que no existe más que ediciones piratas en España de algunas de sus películas, mientras que en Reino Unido se puede disfrutar de un cofre de lujo que contiene las 4 películas de la saga, un documental (imprescindible) sobre su figura, y un libreto donde se comentan detalles jugosos para los aficionados.
No. No se trata de obras maestras indiscutibles. No se trata de Ciudadano Kane o de Vértigo, pero son obras de un evidente encanto y que tienen mucho (bueno, algo) del acervo cultural y social que se vivía en esos años en España. De hecho, si hacemos caso a Phil Hardy, los monjes templarios serían los representantes del conservadurismo moral en la España franquista, agentes de la represión.
No son grandes películas pero sí tienen grandes momentos. En cada una de ellas, hay varias escenas que impresionan por su audacia (el hecho de que se convirtieran en películas de gran éxito en mercados internacionales y el que hayan sido reivindicadas por grandes cineastas de nuestros días ratifica lo dicho arriba). Y todo ello, al mismo tiempo del carácter de explotación que tienen (en este caso, está claro su referente: La noche de los muertos vivientes (Night of the living dead) de George A. Romero. Además, debemos tener presente el paupérrimo presupuesto con el que se contó, lo que lastró, en algunas ocasiones, el resultado final de las mismas. Y, por si fuera poco, habría que considerar la falta de unos efectos especiales en condiciones. Esto se debe a lo costoso de los mismos y a la ausencia de unos grandes especialistas patrios (eran muy escasos).
Lo realmente especial de esta saga de filmes es la creación de unos seres completamente nuevos a partir de elementos nacionales: la fuente está en los Cuentos y leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. A la fuente literaria, se le añadirá el elemento zombie (aunque, en este caso, no se trata de muertos vivientes sino de monjes inmortales). Con el tiempo, en las últimas películas de la saga, también veremos gotas de ciencia-ficción (la dimensión paralela en la que se mueve El buque fantasma), la leyenda del holandés errante e, incluso, toques lovecraftianos (en esa deidad marina adorada por los lugareños del poblado). Como vemos, todo un cóctel de lo más sugerente (en mi opinión) que se aleja de los tipos iconográficos clásicos del terror fantástico: hombres lobo, momias, vampiros...
Se quejaba Amando de Ossorio a los productores de qué iba a hacer para continuar con las andanzas de estos monjes templarios sanguinarios: en la primera parte van a caballo; en la segunda, también les vemos a pie; en la tercera, surcan las aguas (y el tiempo); en la cuarta, se alían con otras fuerzas más poderosas.
Todas sus películas sobre los templarios fueron exitosas, si bien la última, obtuvo menores beneficios lo que propició el fin de la saga templaria. Hasta nuestros días, cuando, en formato cortometraje (El último guión) se han recuperado. Se comenta (no hay nada oficial al respecto) la posibilidad de haber hecho una quinta película en la que los templarios medirían sus fuerzas a Waldemar Daninsky, el hombre lobo encarnado por el "monstruo nacional", Paul Naschy. Incluso, se ha escrito el nombre de Necronomicón, pero, como digo, nada hay al respecto.
Además de los templarios que le hicieron ganar un hueco en el alma y en el corazón de los aficionados al fantastique (sobre todo, internacionalmente), Ossorio también realizó otras aventuras con su toque personal del pastiche alocado o demencial que, unido al bajo presupuesto de dichas películas, se transformarían en obras de un indudable regusto kitsch que son muy reivindicables para los aficionados de mente abierta. Estoy hablando de La noche de los brujos, Las garras de Lorelei, Malenka, la sobrina del vampiro o de Serpiente de mar. De estas 4, mejor quedarse con las 2 primeras.
Como señalábamos antes, Amando de Ossorio es uno de los grandes nombres del fantaterror hispano, una figura que bien merece una pequeña reivindicación por su honestidad y saber hacer.
No son grandes películas pero sí tienen grandes momentos. En cada una de ellas, hay varias escenas que impresionan por su audacia (el hecho de que se convirtieran en películas de gran éxito en mercados internacionales y el que hayan sido reivindicadas por grandes cineastas de nuestros días ratifica lo dicho arriba). Y todo ello, al mismo tiempo del carácter de explotación que tienen (en este caso, está claro su referente: La noche de los muertos vivientes (Night of the living dead) de George A. Romero. Además, debemos tener presente el paupérrimo presupuesto con el que se contó, lo que lastró, en algunas ocasiones, el resultado final de las mismas. Y, por si fuera poco, habría que considerar la falta de unos efectos especiales en condiciones. Esto se debe a lo costoso de los mismos y a la ausencia de unos grandes especialistas patrios (eran muy escasos).
Lo realmente especial de esta saga de filmes es la creación de unos seres completamente nuevos a partir de elementos nacionales: la fuente está en los Cuentos y leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. A la fuente literaria, se le añadirá el elemento zombie (aunque, en este caso, no se trata de muertos vivientes sino de monjes inmortales). Con el tiempo, en las últimas películas de la saga, también veremos gotas de ciencia-ficción (la dimensión paralela en la que se mueve El buque fantasma), la leyenda del holandés errante e, incluso, toques lovecraftianos (en esa deidad marina adorada por los lugareños del poblado). Como vemos, todo un cóctel de lo más sugerente (en mi opinión) que se aleja de los tipos iconográficos clásicos del terror fantástico: hombres lobo, momias, vampiros...
Se quejaba Amando de Ossorio a los productores de qué iba a hacer para continuar con las andanzas de estos monjes templarios sanguinarios: en la primera parte van a caballo; en la segunda, también les vemos a pie; en la tercera, surcan las aguas (y el tiempo); en la cuarta, se alían con otras fuerzas más poderosas.
Todas sus películas sobre los templarios fueron exitosas, si bien la última, obtuvo menores beneficios lo que propició el fin de la saga templaria. Hasta nuestros días, cuando, en formato cortometraje (El último guión) se han recuperado. Se comenta (no hay nada oficial al respecto) la posibilidad de haber hecho una quinta película en la que los templarios medirían sus fuerzas a Waldemar Daninsky, el hombre lobo encarnado por el "monstruo nacional", Paul Naschy. Incluso, se ha escrito el nombre de Necronomicón, pero, como digo, nada hay al respecto.
Además de los templarios que le hicieron ganar un hueco en el alma y en el corazón de los aficionados al fantastique (sobre todo, internacionalmente), Ossorio también realizó otras aventuras con su toque personal del pastiche alocado o demencial que, unido al bajo presupuesto de dichas películas, se transformarían en obras de un indudable regusto kitsch que son muy reivindicables para los aficionados de mente abierta. Estoy hablando de La noche de los brujos, Las garras de Lorelei, Malenka, la sobrina del vampiro o de Serpiente de mar. De estas 4, mejor quedarse con las 2 primeras.
Como señalábamos antes, Amando de Ossorio es uno de los grandes nombres del fantaterror hispano, una figura que bien merece una pequeña reivindicación por su honestidad y saber hacer.